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“El saludo sin acción es inmoral”: la deuda hacia el trabajador rural sigue vigente

“El saludo sin acción es inmoral”: la deuda hacia el trabajador rural sigue vigente

En el Día del Trabajador Rural, todavía faltan razones para celebrar. En un diálogo exclusivo con riomayo1935.com.ar, Guillermo Marín —65 años, cosechero, sembrador, esquilador, mensual, peón, alambrador y hachero— sostiene un reclamo sin respuesta hacia la UATRE y el sindicalismo rural. Cuestiona la falta de presencia gremial en el territorio y la distancia entre la representación y el trabajador que vive y trabaja en el campo patagónico.

En la Patagonia, donde el trabajo rural nunca fue sencillo ni parejo, Guillermo Marín lleva 65 años de vida ligados al campo. Ha pasado por casi todos los oficios posibles: cosechero, esquilador, mensual, alambrador, hachero. Su historia es la de miles de trabajadores que sostienen con esfuerzo la producción y la dignidad en los lugares más alejados.

Conoce el trabajo de sol a sol, y cuando habla del peón rural, su voz se eleva. No grita: afirma. Lo hace con la autoridad de quien ha vivido el trabajo en carne propia, con el frío en la cara y la espalda doblada sobre la tierra. Lo suyo no es una crítica: es un reclamo que todavía espera respuesta.

Recuerda que el Estatuto del Peón Rural, creado hace más de ocho décadas, marcó un antes y un después en la historia laboral argentina, pero que con el tiempo fue perdiendo peso real.

“Han pasado 81 años de visibilizarlo a través de una ley —dice— pero aún sigue habiendo peones rurales invisibles para esta ley, pero también para quienes deben llevar adelante la defensa del trabajador.”

Y cuando se le pregunta a quién dirige su reclamo, no duda: “Sí, seguro. Lo que pasa es que con los cambios que hubo, ya no está esa ley. Se hizo una reforma, llegó hasta el 80, y ahí se cambió todo, hasta que aparece 2010, 2011, una nueva forma de llevar adelante esto, pero con cosas que fueron quedando atrás, quedaron marginadas.”

Para Guillermo, el problema principal está en la falta de representatividad real.

“La mayoría de los que están en los gremios no conocen el campo, no conocen el trabajo, no saben la función. No la entienden porque nunca la vivieron. Entonces no van a defender nunca al compañero. Es muy difícil, porque se han ido poniendo a dedo.”

Habla de un tiempo en que la voz del trabajador tenía peso y consenso: “Antes el gremio convocaba a los compañeros para estar todos de acuerdo. En alguna parte leí que Perón dispuso eso: ‘Júntense como gremio. Transmitanme lo que necesitan, y yo desde mi lugar voy a ayudar, pero la lucha es de ustedes.’ Ese representante nacía del consenso del trabajador. Hoy no: está puesto a dedo. Le beneficia al que lo pone, no al obrero.”

Esa convicción nació de una experiencia concreta, dice, cuando llevó unos recibos al gremio:

“Llevé de una estancia unos recibos de compañeros que cobraban 4.500 pesos, pero les descontaban las alpargatas, la luz, la vivienda… estaban pagando alquiler en la propia estancia. Les descontaban la comida, porque había que pagarle a la cocinera. En realidad, venían a quedar con 1.500 pesos. ¿Y qué me dicen los representantes del gremio? ‘Ah, no, pero es de fulano de tal, no podemos hacer nada.’ ¿Cómo que no podemos hacer nada? Denle tranquilidad al compañero. Pero no, no hicieron nada. Yo les llevé los recibos. No le hacen caso.”

Ahí, dice, nació su rebeldía: “Cuando no hay representatividad, es muy difícil que mejoren las cosas. Si se siguiera manteniendo ese estatuto en todas sus reglas, sería beneficioso. Hoy, que debiera ser un día de celebración, todavía faltan muchas respuestas.”

Y cuando habla del Día del Trabajador Rural, el tono se vuelve más duro:

“Es muy simbólico esta saludación. Es muy asqueroso, diría yo. Si un amigo me saluda a través de la radio, lo acepto, porque sabe que estoy en el campo. Pero si el saludo viene del gremio, eso es inmoral. Es falta de respeto, es falta de ética. Porque no hago nada y estoy poniendo una sonrisa injustificada sabiendo que no hago nada por mis compañeros. Esa es la hipocresía, esa es la inmoralidad.”

“El gremio debería estar en el campo, no el trabajador en el gremio.”

En la Patagonia —donde los caminos son largos, los colectivos escasos y los pueblos están separados por cientos de kilómetros—, Guillermo plantea con claridad que la UATRE perdió su raíz territorial.

“El trabajador rural se sienta contenido dentro de los papeles —dice—. Y eso pasa porque quienes están en el gremio no salen a ver la realidad. Si un compañero tiene un problema, debería poder ser escuchado, pero también que el gremio venga a verlo, al lugar donde trabaja.”

Explica que la distancia y la falta de comunicación terminan dejando al peón desprotegido:

“Si vos salís del puesto, incluso sin permiso, te pueden echar. Te pueden echar tranquilamente, sin pagarte nada, por abandono de trabajo. Pero resulta que es porque el gremio te mandó a buscar, pero no solicitó tu presencia a la patronal como debiera ser. El gremio tiene que mandarle una nota a la patronal, al dueño del campo, informando que tal día necesita al trabajador, porque eso está por ley. Es obligación de la patronal permitirte ir. Pero no lo hacen. Entonces el compañero queda desprotegido.”

Marín lo resume con una imagen simple:

“En vez de ir a donde están los trabajadores, le piden a los trabajadores que vayan a la oficina. Para que los vean cómo están sentados haciendo nada. Fijate vos: una persona de acá del Lago Blanco, si tiene que buscar una orden médica, tiene que ir a Sarmiento, porque en Río Mayo no hay. Son más de 100 kilómetros. Tiene que pagar colectivo, auto, hotel, comida. Y si el delegado no está, esperar hasta el otro día. Y si no, ir a Comodoro. El gasto es grande. Y el gremio tiene vehículos. Como delegados que son, tendrían que estar en el lugar de trabajo. Pero no van.”

Sus palabras se llenan de historia cuando recuerda las campañas de esquila de los noventa:

“En el 91 o 92, estábamos peleando para sacar un buen precio en las esquilas. Todos reunidos. Y el delegado gremial hizo un trato con la patronal, a espaldas nuestras, y fijó 22 centavos la oveja, cuando nosotros estábamos luchando por 27. Nos traicionó a todos. Por eso digo: se necesita gente leal para con el peón rural.”

“Hay peones que están presos de su trabajo. Presos por la condición del patrón.”

Habla también del presente. Dice que todavía hay peones que viven encerrados en los campos:

“No estamos hablando del peón que puede estar viviendo bien, sino de la gran mayoría de los que están viviendo mal. En muchos campos hay trabajadores que están presos de su trabajo. Presos por la condición del patrón. No quieren que visite nadie, ni que venga nadie, y le ponen candado. Están presos en su lugar de trabajo.”

Y agrega: “Hay algunos peones que yo, por conocimiento propio, sé que cada dos meses les llenan mercadería, y bueno, esa es la forma, y tienen que estar, y aguantan. Dicen: todavía me queda un poquito de lenteja, me queda polenta. No digo que les van a llevar comidas delicadas, pero lo básico que tienen que tener, ¿no? Algunos están sin harina. Y todavía hay peones rurales, en una comparsa de esquila, que comen con el plato entre las rodillas. Así, como hace treinta o cuarenta años.”

Las condiciones de vida, dice, son precarias.

“Las condiciones de vivienda no son las que por ahí uno escucha. Algunos sí, no digo que no, pero la mayoría no. Porque tienen que salir de su casa, caminar cuarenta metros hasta una letrina. Si hablamos de comodidades, comparado con cualquier otro trabajo, no hay comparación.”

En esa misma línea, señala otra desigualdad profunda que también atraviesa al campo:

“Hay una diferencia muy grande entre provincias. Lo mismo que hace un peón en Chubut lo hace otro en Santa Cruz, con el mismo frío, el mismo viento, las mismas distancias… pero allá pagan menos. En Chubut pagan mejor. Y eso también duele, porque seguimos hablando de trabajadores patagónicos, de una misma región dura y lejana, pero con sueldos distintos.”

Para Marín, esas asimetrías refuerzan la deuda que sigue vigente con los trabajadores rurales.

“Por eso digo que el gremio es el que le debe al peón rural. El gremio es el que se tiene que mover, el que tiene que ir. Con el saludo, darle un abrazo. Es el gremio el que tiene que luchar en contra de la patronal, no el peón. Tiene que haber una reglamentación. No es hacer juicio ni nada. Es ir y exigirle a la patronal. Esto está por ley. Antes se establecía que se le diera mercadería: fideos, arroz, lentejas. Si uno quería algo más, como un durazno natural en aquella época, lo pagaba. Y también se había establecido que se le dé la alpargata. Eso estaba en la reglamentación. El gremio debería encargarse de exigir que se cumpla.”

Y sentencia, sin vueltas:

“No ir a comer, dejar al peón que se cocine un churrasquito en la casa de él, donde vive, y el gremio ir a comer con el patrón. No, así no tiene que ser.”

También tiene palabras para los propios trabajadores:

“Hay compañeros que hoy están bien, trabajando en una estancia grande, y debieran también plantear que si hoy están bien, bueno, pero que también en una época estuvieron mal. Entonces no estar en contra del que está mal porque ellos hoy están bien. Tratar de ayudar, de decirle al gremio: vayan a tal parte, vean cómo están, en qué condiciones viven. De eso se trata.”

Cuando habla de dignidad, Guillermo alza la voz. No pide privilegios: pide presencia, respeto y coherencia.

“La deuda más grande es esa: la que el gremio tiene con los peones. Porque mientras el gremio no camine el campo, el peón rural va a seguir invisible.”

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