Pajarito: el violín que aprendió a hablar con la voz del viento
Pajarito: el violín que aprendió a hablar con la voz del viento
Hay artistas que no necesitan presentaciones porque su música habla por ellos.
Uno de ellos es Pajarito, el violinista que hizo del aire su escenario y del sonido su destino.
Nacido en Salta capital en 1986, su nombre verdadero es Carlos Alberto Armella, pero en el mundo del folclore argentino todos lo conocen como Pajarito: el hombre que convirtió su apodo en identidad y su identidad en una forma de volar.
Desde niño mostró inclinación por la música. En su casa humilde de Salta, la música no era un adorno: era una forma de vivir.
Su madre, con paciencia y ternura, lo acercó al primer sonido que lo marcaría para siempre: el violín.
“Cuando era muy chico, apenas tenía siete años, mi mamá me llevaba a los festivales y ahí descubrí el sonido de ese instrumento tan maravilloso que me despertó la curiosidad. Ella me explicaba cómo era, y desde entonces ese sonido me fue atrapando. Así comenzó mi amor por la música y por el folclore.”
Su primer maestro fue Pascual Ceballos, quien le inculcó el respeto por las tradiciones y el valor de la paciencia.
“Pascual me enseñó que el violín no se domina, se escucha. Que primero hay que sentirlo adentro antes de hacerlo sonar. Esa enseñanza me acompañó toda la vida.”
La escuela del folclore
Creció en una época en la que el folclore se respiraba en cada esquina.
Los nombres de Las Voces de Orán, Los Chalchaleros, Los Manseros Santiagueños y El Chaqueño Palavecino eran faros de un tiempo en que la música popular era escuela y camino.
“Ellos fueron mis guías —recuerda—. Gracias a ellos entendí lo que significa sentir y vivir la música desde el corazón.”
Antes de emprender vuelo propio, acompañó a grandes artistas del folclore argentino, como Paola Arias, El Negro Palma, Jorge Rojas y el Chaqueño Palavecino.
Con ellos aprendió los silencios del escenario, el oficio de los caminos y la responsabilidad de representar una cultura.
“Cada vez que acompañé a alguien, sentí que era parte de algo mayor. Aprendí que el escenario se respeta, que no se sube a buscar aplausos, sino a compartir algo sincero.”
Aquel niño curioso se convirtió en un joven músico decidido.
El violín, ese instrumento que parecía hablarle, se transformó en su voz y en su destino.
El violín como pasaporte
Con el tiempo, el violín fue mucho más que un instrumento: fue su pasaporte.
“El violín ha sido mi pasaporte —dice—. Me llevó a conocer lugares, me dio de comer, me acompañó en las penas y en las alegrías. Gracias a él conocí gente buena, viví momentos inolvidables. El violín me enseñó a mirar y a agradecer.”
Ese pasaporte no solo lo hizo viajar: le dio una profesión y una vida digna.
Pajarito vive hoy de lo que ama.
No hay otro trabajo ni respaldo detrás: su sustento, su tiempo y su vida giran alrededor de la música.
“Gracias al violín he podido vivir. Es mi trabajo, mi herramienta, mi medio de vida. No hay mayor felicidad que vivir de lo que uno ama.”
El violín lo sostuvo en los días difíciles y lo acompañó en los felices.
Fue su herramienta de encuentro, de sostén y de libertad.
En su andar, descubrió que la música no solo abre puertas: también construye hogares.
Del norte al sur
El violín lo llevó a recorrer escenarios hasta que un día llegó a la Patagonia, donde encontró otra tierra, otro ritmo, otra manera de respirar.
Muchos lo vieron como una migración, pero él lo siente de otro modo.
“No fue una migración —aclara—. Fue un nuevo capítulo. Un honor y un placer poder estar aquí, en mi querida Argentina, lleno de gozo por cada rincón que conozco.”
En Comodoro Rivadavia, donde hoy está radicado, encontró otra tierra que también suena.
El viento se convirtió en cómplice, el paisaje en partitura.
Desde allí recorre pueblos, festivales y peñas donde el público lo recibe como a un viejo amigo.
Su voz conserva la cadencia salteña, esa “r” suave y pausada que todavía suena a casa.
Y en su violín, el norte y el sur ya no son distancias: son melodías que se abrazan.
Participó en numerosos festivales del país y representó a Comodoro Rivadavia en el Festival Nacional de Doma y Folclore de Jesús María, uno de los escenarios más prestigiosos de la Argentina.
Allí llevó su estilo propio, demostrando que el violín también puede tener acento criollo y espíritu de zamba.
“Me dijeron que en el sur también hay gente que siente el folclore como en el norte —contó alguna vez—. Y no se equivocaron. En cada lugar que visito encuentro la misma emoción: la gente que canta con el alma.”
Una raíz que no se muda
Su discografía marca el pulso de su crecimiento.
En 2019 lanzó su primer disco solista, Canta Cardenal, donde por primera vez puso su voz al frente junto al violín.
Cuatro años más tarde presentó Lucerito, un álbum de 14 canciones que atraviesa distintos ritmos argentinos, combinando la poesía del norte con el aire libre del sur.
“En Lucerito está mi infancia, mis abuelos, mi madre, los dibujos de cuando era niño y mi sobrina-nieta. Esa melodía se encontró con ese recuerdo y dejó de ser solo eso: se hizo canción, y quedará para la historia.”
Su música es sachera, sencilla y honesta, nacida del corazón de los pueblos, de los patios de tierra, de las noches largas donde el canto es abrigo.
No busca la perfección: busca la emoción.
“Cada público que me escucha, que va a disfrutar de mi música, intento que se lleve emociones, alegría y el deseo de volver. Porque el folclore es eso: compartir, sentir y agradecer.”
El hombre detrás del artista
Detrás de Pajarito hay un hombre que no se disfraza de artista.
Hay humildad, fe y un profundo sentido del propósito.
“Nací con una misión: despertar a las nuevas generaciones con el canto, con el violín. El día que ellos interpreten lo que hice, será como tocar el cielo con las manos.”
Pajarito no se cree un triunfador; se sabe afortunado.
Ha hecho del agradecimiento una forma de vida.
“Alberto, metele pa’ adelante, no le aflojes por nada del mundo”, recuerda que se decía en los momentos difíciles.
Y siguió. Porque, como él mismo afirma, “el violín me llevó a conocer lugares, pero también me enseñó a quedarme.”
Su entrega es total.
En cada peña, en cada festival, busca tocar el alma antes que los aplausos.
Y lo logra.
“Lo que me conmueve es ver que las nuevas generaciones se despiertan, que se acercan a la música. Eso me hace sentir realizado.”
La huella y el legado
Hoy, su nombre suena en escenarios, peñas y caminos polvorientos del país.
Pero lo que queda después de su paso no es solo música: es humanidad.
Su historia es la de un hombre que convirtió la vida en melodía y el recorrido en aprendizaje.
“Siempre llevo en el corazón mi Salta natal, y en cada interpretación se siente ese vínculo, esa conexión que nunca se pierde.”
En cada nota que suena, en cada zamba que se alza, Pajarito vuelve a ser ese niño curioso que soñaba entre festivales.
Y mientras el viento del sur acaricia su violín, la música se hace tierra, cielo y camino.
Porque hay sonidos que no mueren: solo cambian de paisaje.
Y hay hombres que, al nombrarse “Pajarito”, nos recuerdan que volar también es una forma de quedarse.